Según pasaban los días y me hacia mas mayor aprendía un poco mas por lo que contaban amigos y compañeros en clase. Cada lunes escuchaba las historias de amorios y noviazgos de los fines de semana de ellos mientras yo me preguntaba como lo hacían. La verdad es que incluso con el pasar de los años sigo sin saber como se hacia, pero bueno creo que nunca se hace uno tan eficaz.
Mientras ellos se divertían cada fin de semana yo me los pasaba echando una mano a mis padres y dedicando un poco de tiempo a los estudios, sin olvidar esos pequeños ratos con los colegas jugando a fútbol en la calle. Lo que nunca iba a esperar es que en unos de esos días de rutina mi vida fuera a cambiar.
Ocurrió en marzo, recuerdo que era esa fecha porque aunque hacia bastante sol pase muchísimo frió. En un fin de semana en el que acompañe a mi padre a un pequeño viaje de trabajo a un pueblecito de Avila. Apenas había salido de Extremadura por lo que me empeñe en ir con el hasta que lo conseguí, el plan era un fin de semana de trabajo limpiando hierros del tren que servirían después para hacer alambradas. Saldríamos un viernes por la tarde y hasta el domingo por la tarde no regresábamos.
Era una oportunidad que no podía dejar escapar, conocer Avila y encima una historia que contar a los amigos, lo que yo menos esperaba es que esa historia la recordaría durante bastante tiempo y que aun al pesar de los años siga estando en mi cabeza.
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